En el siglo XVIII, en los albores de la Revolución Industrial, Inglaterra se enfrentaba a los desafíos de una población en continuo crecimiento. ¿Podría Inglaterra alimentar a un número creciente de bocas? ¿Podría la producción mantener el ritmo del crecimiento demográfico? O, por el contrario, ¿sucumbiría Inglaterra al colapso, como otras sociedades del pasado ya lo habían hecho? En 1798, Thomas Robert Malthus, uno de los padres de la ciencia económica moderna, intentó responder a estas cuestiones.
Malthus comprendió que la tendencia exponencial del crecimiento poblacional hará que éste tienda a superar al crecimiento de la producción de alimentos, de naturaleza aritmética. Pero dada la necesidad de alimentos para la sobrevivencia, el crecimiento demográfico se ve por tanto siempre limitado al crecimiento de la producción de alimentos. De esta forma, en situaciones de crecimiento demográfico acelerado, tarde o temprano se han de activar frenos a ese crecimiento. Malthus entendió así que el hambre y las guerras por los recursos escasos eran dos de los principales “controles positivos” al crecimiento demográfico. Para el reverendo economista, un tercer control positivo natural eran también las enfermedades y epidemias, tan presentes y devastadoras a lo largo de la historia de la humanidad (y que tontamente en la actualidad creíamos superadas).
Pero el ser humano no necesita solo de alimentos para sobrevivir. Consumimos insaciablemente recursos naturales de todo tipo. Más aún, necesitamos de un ecosistema favorable, con su intrincada red de servicios naturales, desde el agua que bebemos y el balance atmosférico del que depende nuestra propia sobrevivencia, hasta el equilibrio biológico que permite nuestra propia vida. En un planeta finito como el nuestro, los recursos para nuestra sobrevivencia son por definición limitados, y los balances y equilibrios naturales de los que dependemos, frágiles.
En 1979, James Lovelock desarrolló la teoría Gaia; la idea de que podemos considerar a la Tierra como un organismo vivo en sí mismo. Una idea arraigada en las creencias de civilizaciones milenarias; Gaia era la diosa de la Tierra para los griegos, la Pachamama de los Incas. Una idea ahora con fundamentos científicos: la Tierra tiene un núcleo que rota a gran velocidad y que no solo mantiene geológicamente activo al planeta, sino que también le confiere su protección electromagnética necesaria para la vida. Más aún, el planeta se mantiene en “homeostasis” – la capacidad de todo ser vivo de mantener una condición estable y compensar los cambios en el entorno mediante el intercambio regulado de materia y energía con el exterior. La Tierra es por tanto un sistema único y autorregulado, formado por componentes físicos, químicos, biológicos y humanos, y con la capacidad de adaptarse y sobrevivir. Un sistema en el que un desequilibrio, como el crecimiento descontrolado y amenazante de alguna especie, se ve respondido por fuerzas balanceadoras.
La población mundial se aproxima rápidamente a los 8 mil millones de habitantes. La velocidad de nuestro crecimiento poblacional es tal que la sola “inercia demográfica” nos puede llevar a ser más de 9 mil millones a mitad de siglo, y más de 11 mil millones antes del año 2100. A su vez, nuestro impacto ecológico alcanza hoy una escala global, con efectos ya irremediables, y con un potencial devastador para la vida misma en el planeta.
En la naturaleza, cuando una especie se multiplica, también lo hace su depredador. Y así, los ecosistemas, de forma maravillosa, mantienen su equilibrio y diversidad. Unos equilibrios y diversidad que nuestra multiplicación amenaza seriamente. Pero, ¿quién controla nuestra expansión? ¿Y si lo que vivimos hoy en día es solo una respuesta natural de un planeta que intenta autorregular sus ciclos biológicos? Los virus no viajan solo, como sabemos; se expanden de forma global y acelerada a causa de nuestra sobrepoblación. ¿Y si el coronavirus no es más que uno de esos controles positivos, ahora a escala global, de los que Malthus tanto nos advirtió? Si Malthus nos visitará desde el más allá, seguramente nos diría: “os lo dije”! Pero también nos recordaría que hay otra opción: frente a los controles positivos del hambre, las guerras y las enfermedades, el ser humano puede implementar “controles preventivos”; está en nuestras manos controlar nuestro crecimiento y reducir el impacto ecológico tan devastador que actualmente causamos.
La vacuna contra el coronavirus podrá ayudarnos a corto plazo, y así evitar tanto sufrimiento. Pero no nos engañemos; a largo plazo no tenemos otra opción que recobrar nuestro equilibrio con la naturaleza y el sistema vivo e integrado de la Tierra, del que somos solo una parte. Si algo deberíamos aprender de esta pandemia es el dejar de creer en un poder infinito que no tenemos. Entender la urgente necesidad de frenar nuestro crecimiento insostenible, cambiar nuestras dinámicas, respetar más la naturaleza y la vida en cualquiera de sus formas. Comprender que el destino de la Tierra y la vida es también el nuestro propio.
Malthus, Gaia and the Coronavirus
In the 18th century, at the dawn of the Industrial Revolution, England faced the challenges of a continuously growing population. Could England feed an increasing number of mouths? Could production keep pace with population growth? Or on the contrary, would England succumb to collapse, as other societies of the past had done? In 1798, Thomas Robert Malthus, one of the fathers of modern economics, attempted to answer these questions.
Malthus understood that the exponential trend of population growth will tend to outpace the growth in food production, arithmetic in nature. But given the need for food to survive, populations can only grow limited to the availability of food production. Thus, in situations of accelerated demographic growth, sooner or later, checks will be activated to stop population growth. As Malthus understood, hunger and wars over scarce resources were two of the main "positive checks" on population growth. For the reverend economist, a third natural positive check was disease and epidemics, so present and devastating throughout the history of mankind (and that we foolishly believed to be something of the past).
But human beings not only need food to survive; we insatiably consume natural resources of all kinds. Furthermore, we need a favourable ecosystem, with its intricate network of natural services, from the water we drink and the atmospheric balance on which our own survival depends, to the biological balance that allows us to be alive. On a finite planet like ours, the resources needed for our survival are, by definition, limited. Likewise, those natural balances that sustain our existence are extremely fragile.
In 1979, James Lovelock developed the Gaia theory; the idea that we can consider the Earth as a living organism in itself. An idea rooted in the beliefs of ancient civilizations; Gaia was the Greek for planet, the Pachamama of the Incas. An idea now rooted in scientific foundations: The Earth has a core that rotates at high speed and that not only keeps the planet geologically active, but also gives it the electromagnetic protection necessary for life. Furthermore, the planet remains in "homeostasis" - the ability of all living things to maintain a stable condition, compensating for changes in the environment through the regulated exchange of matter and energy with the outside. The Earth is therefore a unique and self-regulating system, made up of physical, chemical, biological and human components, and with the ability to adapt and survive. A system in which any imbalance, such as the uncontrolled and threatening growth of a species, is responded by counterbalancing forces.
The world's population is fast approaching 8 billion. The speed of our population growth is such that only by “demographic inertia” there will be more than 9 billions of us by mid-century, and more than 11 billion before the year 2100. In turn, our ecological impact reaches today a global scale, producing irreversible effects with the potential of devastating life itself on the planet.
In nature, when a species multiplies, so does its predator. And so, ecosystems, in a wonderful way, maintain their balance and diversity. Our multiplication is seriously threatening that balance. But, who controls our human expansion? Is the current coronavirus situation just a natural response of a planet trying to regulate its biological cycles? As we know, viruses do not travel by themselves; they expand due to our overpopulation. Could the coronavirus be just one of those positive checks, now on a global scale, of which Malthus warned us so much? If Malthus was to visit us from his grave, he would surely say: "I told you so"! But it would also remind us that there is another option: in the face of the positive checks of hunger, wars and disease, human beings can implement “preventive checks”; it is in our hands to control our population growth and reduce the devastating ecological impact that we are causing.
The vaccine to the coronavirus can help us in the short term, and avoid so much current suffering. But make no mistake; in the long term, our only option is to recover our balance with nature as part of Earth´s living and integrated system. If there is a lesson to learn from this pandemic it is the urgent need to stop believing in an infinite power that we do not have. We need to understand how essential it is to stop our unsustainable dynamics and start respecting nature and life, in any of its forms. We need to understand that the destiny of life on Earth is also our own.