¿Cómo nos enfrentamos a costumbres y culturas diferentes a las nuestra? Cuál nuestra actitud frente a escalas de valores contradictorias con lo que creemos? Frente a formas de hacer las cosas que no entendemos? Cómo interaccionamos con personas y sociedades distintas a lo que estamos acostumbrados? Todas son preguntas de gran relevancia en el mundo cada vez más globalizado en el que vivimos y cuyos problemas y futuro compartimos todos los seres del planeta.
En este sentido, los occidentales tenemos una tendencia a ver todas las culturas desde nuestro propio enfoque y escala de valores occidentales. Tendencia constante a comparar y juzgar desde un sentimiento de superioridad. Creyentes de que los valores occidentales son los adecuados y el espejo en el cual evaluar los de otras culturas. Incapaces de ver nuestros propios errores culturales y morales pero prontos para realizar juicios de valor sobre las costumbres ajenas.
Nada ha cambiado desde las épocas de la conquista y colonización. Los occidentales seguimos pensando hoy que nuestra cultura y valores son los correctos y por tanto deben ser expandidos a los demás pueblos, y al hacerlo consideramos que estamos haciendo un bien.
La cooperación al desarrollo y la ayuda internacional está siempre concebida desde las prioridades occidentales; una nueva forma de colonización. Los países pobres deben seguir las “enseñanzas” de los países occidentales, como hijos que aprenden de sus padres, como si la mayor riqueza de los occidentales noss diera alguna superioridad moral y cultural.
Se apela al trabajo duro en occidente, al esfuerzo pasado de sus gentes, a la construcción de sus futuro gracias al sudor, la sangre y el compromiso de sus ciudadanos durante siglos. ¿Y es que acaso fuera de occidente no murieron muchos más por el futuro y por causas propias y ajenas, impuestas y en beneficio de occidente? Acaso no han forjado también ellos culturas milenarias, mucho más antiguas que las occidentales? Acaso no trabajan, cuando tienen la oportunidad, sin parar en los países más pobres para que nosotros podamos disponer de nuestros bienes de consumo a unos precios bajos?
Cada vez viajamos más y más lejos, deseosos de conocer nuevos lugares y culturas. Pero ¿que es lo que hacemos cuando viajamos? ¿O cuando nos visitan personas de otras culturas?. ¿Intentamos descubrir abiertamente y entender las costumbres y valores de las gentes que conocemos? Normalmente no. Comparamos, juzgamos y prescribimos. Estamos convencidos, seguramente gracias a un don divino, a que en un par de semanas en ese lugar extraño hemos llegado a comprender lo que sucede allí y a ser capaces de emitir un juicio de valor sobre las costumbres y culturas que hemos visto. Sabemos lo que haría falta para que todo fuera mejor, al fin y al cabo venimos de una cultura superior, tenemos las respuestas.
La perspectiva occidental es claramente parcial, limitada, egocéntrica y por tanto seguramente errónea. Deberíamos empezar, de una vez por todas en la historia, a ser más receptivos y tolerantes frente a otras culturas. Descubrirlas sin prejuicios previos. Entender que nuestra escala de valores es una más y no necesariamente superior. Deberíamos analizar primero nuestros propios fallos morales antes que juzgar las costumbres ajenas, que tal vez no entendemos. Corregirnos a nosotros mismos antes que intentar imponer nuestras costumbres por encima de las ajenas. Tal vez solo así podamos superar nuestras propias limitaciones, aprendiendo de los demás y aprovechando lo que otras culturas nos aportan, al fin y al cabo todas las sociedades que han perdurado a lo largo de la historia lo han hecho así.
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