¿Cuál es la mejor mano en póker? Da igual cuando juegas con
amigos. Lo importante es estar con ellos, jugar mientras te tomas unas copas
con ellos, mientras charlas y te ríes en la confianza que da estar rodeado de
gente que te conoce hace años. Y es que el mejor juego es el que realizas con
la excusa de quedar con los amigos.
Yo he tenido la suerte de ser parte de una gran mesa de póker.
Una mesa con amigos con una amistad de décadas. Con integrantes que me conocen
desde que nací. Una mesa de buenos jugadores, hombres y mujeres, pero sobre
todo una mesa de grandes personas. Una mesa, sin embargo, durante muchos años
algo particular. Mientras todos bebían wiski o ron, yo tomaba leche. Y es que
mientras todos eran ya adultos yo era tan solo un niño. De hecho, ni recuerdo
cuando empecé a jugar póker; creo haber jugado con ellos desde que tengo
memoria. Sí recuerdo que tuvieron paciencia conmigo. Me enseñaban, y aunque yo no
debía ser buen jugador, me dejaban sentarme a jugar. Y para mi sentarme a jugar
póker con mis padres y sus amigos era algo extrañamente especial.
Incluso a los 18 años, un viernes cualquiera, cuando mis
amigos se iban todos de fiesta, si había póker yo prefería póker. Ya saldría más
tarde u otro día. ¿Por qué esa adicción a la mesa de póker? No soy ludópata, ni
mucho menos. No es el juego lo que me atrae, sino los jugadores. El poder
sentarme a reír con “los del póker”. Me fascina el ambiente de un grupo en el
que todos, a pesar de doblarme en edad, disfrutan como niños. En la mesa la
vida parece limitarse a la felicidad de jugar póker con los amigos. Unos amigos
de toda la vida que, a pesar de lo que sea, cada que pueden se sienta a jugar póker
y reír como niños.
Poder gozar de estos espacios, en los que lo único
importante es poder sentarte un rato con buenos amigos, es algo que deseo a
todo el mundo. La vida nos atrapa con compromisos que parecen importantes, pero
que realmente no lo son, y a veces por eso dejamos de lado lo que realmente
importa en la vida: pasar buenos momentos con la gente que quieres. Algo que
aprendí en la mesa de póker.
Y es que en la mesa de póker he aprendido mucho más de lo
que se podría esperar.
Aprendí muchas tonterías: infinidad de chistes, a cuál más
flojo, pero con los que las horas que he reído no podría contar. Pero también cosas
importantes, como que poco vale más que una buena amistad.
En mi mesa nadie te hará reír como Eduardo Troncoso. Y pocos
podrán a la vez enseñarte tanto. Con “el chino” el placer no está en ganar,
sino en jugar. En esperar su siguiente chiste, o que repita por enésima vez la
misma broma, y aun así consiga que te pongas nuevamente a reír. Con esa mezcla
justa de filosofía, ironía y humor de Eduardo, ningún problema parece serio. Si
puedes estar ahí, riendo y jugando póker con los amigos, no puedes sino estar
agradecido.
Eduardo nos ha dejado. Sin Eduardo la mesa no será lo mismo. Su
puesto será insubstituible; su amistad irremplazable. Pero seguiremos jugando.
Y aunque cueste, intentaremos seguir riendo. Eduardo no hubiera querido algo
diferente. Juanito, Eduardo, barajen bien las cartas y sigan jugando ustedes
también, que algún día nos sentaremos todos de nuevo a seguir riendo sin parar.