En el antiguo Israel se pagaban
diezmos y primicias de la producción agrícola y ganadera y una suma de dinero
fija por cada ciudadano para el mantenimiento del Templo y de los sacerdotes.
En las sociedades cristianas que sucedieron a la caída del Imperio romano se
mantuvo la costumbre, hasta nuestros días, de sufragar, mediante distintos
tipos de aportes, los gastos de la Iglesia y del culto. De esta manera, todos
los ciudadanos, incluidos los más pobres, financian el buen vivir de unos
pocos, que a pesar de sus riquezas pregonan una vida de sacrificio, entrega, y
austeridad. A los fieles se les conmina a arrepentirse por una vida de pecado;
el pago de diezmos se convierte en
un instrumento para poder alcanzar el anhelado
perdón divino.
Hoy en España, pero también en
Grecia y Portugal, nos hemos bajado el sueldo un 5, 10 o más por ciento y vemos
como nuestros derechos desaparecen día a día a discreción de nuestros líderes. Cuestionados,
los argumentos que ellos nos dan (esta vez respaldados desde Alemania y el
Banco Central Europeo) son los mismos: ¡hemos pecado, y por tanto debemos
arrepentirnos, pagar por nuestras culpas! El
diezmo es ahora para honrar a nuestros nuevos profetas, los bancos, y entre
todos y solo con nuestro sacrificio, entrega y austeridad podremos recibir el
perdón divino de los sagrados “mercados”.
Hemos convertido, o mejor dicho
han convertido algunos (desafortunadamente los que tienen el poder), la economía
en una religión. El sentido común, la evidencia, el razonamiento económico
detenido de la realidad y las lecciones de la historia valen ya para nada. La política económica en España y Europa hoy
en día es una cuestión de fundamentalismos.
Vienen épocas más duras, más
austeridad, menor crecimiento y mayor desempleo. La consecuencia será aún mayor
desigualdad, pobreza, el desmantelamiento del estado de bienestar y ruptura
social. Todo se hará en nombre de Dios, perdón de los mercados (que ya no se si
escribo de religión o economía), por los intereses de unos pocos, los elegidos
(políticos y banqueros), sin importar las consecuencias y sin permitir que nada
ni nadie desafíe los fundamentos de la fe.
Los fundamentalismos religiosos
nos llevaron a cruzadas, guerras sangrientas, retroceso social y mayor pobreza
en muchas ocasiones y en muchos lugares a lo largo de la historia. Y lo hacen
aún hoy en día. No es diferente con la economía. La economía es una ciencia, y
como tal requiere de teorías que tienen que ser constantemente reflexionadas,
cuestionadas y probadas. Es además una ciencia social, y por tanto no exacta y
dependiente del contexto, de una realidad cambiante permanentemente y moldeable
por la política económica que se implemente. Si nos olvidamos de ello y
nuestras reflexiones económicas se convierten en actos de fe, si convertimos la economía en religión,
corremos el riesgo de hacer el mismo o mayor daño con nuestros fundamentalismos
económicos que con los religiosos. Imponer sufrimiento y privación a la
ciudadanía es algo que no podemos aceptar, se justifique por razones religiosas
o por pretendidas razones económicas.
No ignoramos que existen razones
para esta crisis y la necesidad de tomar medidas. Sin embargo, no es ético que
se reduzcan los ingresos y beneficios sociales de todos para superar una crisis
gestada por el exceso de ambición de un puñado de banqueros, políticos y
empresarios cómplices de una trama de corrupción y excesos de remuneración, de
la cual sólo ellos se han beneficiado. Los profetas del antiguo Israel clamaban
que los hijos no deben pagar por los pecados de los padres, cada cual debe
pagar por sus propios pecados. De la misma forma debemos exigir que quienes han
generado y se han beneficiado de esta crisis sean quienes paguen por ella. La violencia social que se avecina como un
tsunami se presenta como respuesta peligrosa a las medidas con las que se
pretende financiar los nuevos sueldos de directivos de Bancos en quiebra,
“ajustados” a sólo unos cientos de miles de euros al año, y toda una serie de
prebendas que debieran sonrojar a los funcionarios y magistrados que disfrutan
de ellas en medio de compatriotas que asaltan supermercados para comer o
celebran con júbilo la obtención de un trabajo de dos semanas. Como dice el
viejo refrán, sembrad tormentas y recogeréis tempestades!
*Escrito en colaboración con Juan Manuel Castells
I am stil wondering how it is possible for the economic science to produce economic advisers who propose their policies so ignorant of any specific regional, institutional - in general - social context. A physicist can not sustain a hypothesis if it is tested wrong, but we stay with the very same Washington consensus since some decades already.
ResponderEliminar