Cual sería mi regalo para los colombianos para este 2016? Un
propósito para todos?...Que aprendamos el concepto económico de las
externalidades. Me explicaré, claro.
En mi visita de este año a mi querida tierra natal (visita
que hago cada diciembre/enero hace 15 años desde que me fui a España) he
comprendido como no lo había hecho antes una razón de muchos de los problemas
de Colombia. Y esa no es otra de que los colombianos no parecen entender el
concepto de las externalidades.
Escucho por doquier, incluso en Facebook, y con vehemencia,
como muchos reclaman “ser libres de hacer lo yo quiera”, “vivir a mi manera”, “hacer
lo que me dé la gana”. Los colombianos quieren tomar sus propias decisiones según
mejor les convenga a cada uno de ellos (decisiones que pueden ser sencillas, no
hablo necesariamente de decisiones vitales), quieren “salir ganando” en todas, “no
dejarse” de nadie. Incluso el concepto que no pocos tienen de libertad en
democracia es “que cada uno pueda vivir como quiera”.
Muchas (por no decir todas) de las acciones individuales que
realizamos traen consigo consecuencias que van más allá del individuo; generan
una externalidad. Pongamos ejemplos. Un clásico en economía es el de la
contaminación: cuando una empresa fabrica lo que sea que venda genera
beneficios para ella, pero también genera contaminación que nos afecta a todos.
En el cálculo de esos beneficios la empresa no tiene en cuenta esos “costos”
que genera a los demás; su contaminación representa una externalidad a los
demás. Así, el “costo social” de la producción de esa empresa es mayor que su “costo
privado” (que no tiene en cuenta la externalidad).
Pero hay externalidades por doquier, y que no parecemos
entender o querer entender. Para los bogotanos es deporte diario salir en carro
hasta para comprar el pan y mientras conducen quejarse del tráfico imposible
que hay en Bogotá. La decisión de cada bogotano de coger el carro genera más
tráfico, desde luego, es una externalidad para los demás. El resultado
colectivo de todas las decisiones individuales es muy negativo. Pero todos
quieren que sean los otros los que no cojan el carro, por supuesto! Siguiendo
con el tráfico, cuando decidimos no respetar los cruces – el bogotano es muy “vivo”
y si se mete en el cruce gana 3 metros – evitamos que los que van en
perpendicular puedan cruzar. Obviamente, cuando ellos tengan la oportunidad, harán
lo mismo. Al final nadie cruza. Esas decisiones individuales generan
externalidades con un resultado colectivo peor para todos. Hay más ejemplos. Veo con tristeza cada año que vengo a
Bogotá como cada vez ha desaparecido un trozo mayor de nuestros lindos cerros
orientales. Claro, “pelar” el monte para sacar arena y piedra para construcción
es lucrativo a nivel individual, y no tiene en cuenta el coste colectivo de la
pérdida de un espacio verde para todos.
Otro ejemplo difícil de tratar nos lleva a una de las raíces
de la violencia en Colombia. Por motivos que no entraré aquí, nos acostumbramos
a resolver nuestros problemas y diferencias no pocas veces usando la violencia
(que no necesariamente tiene que ser de pistola, también puede ser verbal y de
actitud). Y esa violencia se contagia (no necesito demostrárselo, claro),
genera más violencia. Resolvemos un problema, tal vez, pero generamos más. El
resultado colectivo es, como es evidente, tristemente negativo. Obviamente,
nadie quiere ceder, preferimos seguir generando esa triste externalidad
negativa.
Nuestra tozudez en no querer asumir las externalidades
negativas que generamos se ha vuelto
“cultural”. Y las externalidades no solo
se trasmiten espacialmente, es decir entre aquellos con los que vivimos, se
trasmiten también temporalmente: nuestras acciones hoy tiene repercusiones importantes
para las generaciones siguientes. La basura que dejamos, los ecosistemas
destruidos, la violencia endémica, es nuestro legado a generaciones venideras
si no hacemos nada por evitarlo.
Pero no todas las externalidades tienen que ser negativas. Cuando
nos vacunamos no solo prevenimos que nos den enfermedades, también restringimos
la posibilidad de epidemias, generamos una externalidad positiva a los demás.
Igual pasa con la educación: formarnos no solo nos hace crecer como personas y
nos abre oportunidades, también nos permite contribuir a la sociedad donde
vivimos. Incluso ser felices puede contagiarse y generar que el beneficio
colectivo sea mayor que el individual. Desafortunadamente, ese es parte del
problema en Colombia, las externalidades negativas abundan y no hacemos nada
para corregirlas, mientras las positivas escasean y tampoco hacemos mucho para
promoverlas.
La libertad, en una
sociedad democrática, no consiste en que cada uno pueda vivir como quiera.
Consiste en reconocer que existen límites a las decisiones individuales, en
entender que toda decisión personal conlleva consecuencias sociales que hay que
tener en cuenta, en respetar a los demás si queremos que ellos nos respeten a
nosotros. En definitiva, como diríamos los economistas, en alinear los
intereses privados con los colectivos. Las sociedades alcanzan la prosperidad
cuando se vuelven incluyentes (ya recomendé en otra ocasión leer “Porque
fracasan las naciones”, de Acemoglu y Robinson). Parte de ese proceso pasa por entender
las externalidades y actuar consecuentemente, “internalizarlas”, diríamos los
economistas. Es decir, regular las externalidades negativas con impuestos,
restricciones, normas, etc., y fomentar las positivas con subsidios,
incentivos, etc. Pero dado que muchas externalidades son casi imposibles de
regular por el gobierno, su “control” también depende de todos y cada uno de
los ciudadanos, de que seamos conscientes de las consecuencias de nuestros
actos, de que tengamos en cuenta el bienestar de los demás y no solo el nuestro,
de que nos preocupemos de lo colectivo y nos solo de lo individual. En
definitiva, generar respeto mutuo (lean a Paul Collier, entre muchos
economistas que demuestran el valor del respeto mutuo en el desarrollo
económico de los países). El respeto mutuo es básico para que en nuestras
acciones tengamos en cuenta las consecuencias para los demás y que por tanto el
resultado colectivo sea el mejor posible. El respeto mutuo también es el primer
paso para generar confianza en los demás, y a más confianza más trabajo colectivo,
más intercambios (no solo físicos sino también de ideas y conocimientos), más
inversiones, mayor y mejor acción pública, y mejor desempeño económico y
social. Ese respeto mutuo y confianza entre quienes comparten una sociedad es
el ingrediente fundamental de una verdadera democracia y lo que permite que haya
el desarrollo hacia la prosperidad compartida, algo que Colombia aún no tiene.
Feliz 2016 para todos.
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