Hoy os
regalo un pequeño fragmento de mi último libro que considero mu a la orden de
la coyuntura política internacional:
En la actualidad,
con el resurgimiento de los nacionalismos más radicales, los inmigrantes son
mal vistos en casi toda sociedad. Latinos en Estados Unidos, africanos en
Europa, venezolanos en Colombia, todos son vistos como si vinieran a “aprovecharse
de nosotros”, “a robarnos nuestro trabajo”, a “beneficiarse de nuestro esfuerzo”.
Una aversión que he vivido en carnes propias y que no deja de incomodarme y
hasta sorprenderme.
La hostilidad
por los que viene de fuera, hoy tristemente acrecentada y hasta ensalzada, no
deja de ser una contradicción dada nuestra naturaleza nómada y nuestra historia,
como humanidad y como especie. Los estudios de los marcadores en el ADN de las
poblaciones humanas modernas confirman el largo y constante viaje de nuestra
especie. Para empezar, todos los seres humanos modernos descendemos de un
pequeño grupo de homo sapiens que hace aproximadamente 50 mil años emigró de
África. Como descendientes de este grupo, los seres humanos no hemos parado de
movernos. Y ese largo e incesante viaje alrededor del planeta lo podemos
conocer bien a través de marcadores en el ADN que aparecen a lo largo de los
años, y que se transmiten de padres a hijos. El estudio de esos marcadores nos
permite conocer de forma mucho más detallada nuestra historia, no solo como
especie sino también como individuos. Así, los estudios indican que todos los
humanos modernos deber descender de una única mujer africana. Si hemos de creer
la Biblia de forma literal (gran error que cometemos), Eva debió ser por tanto
africana, y el jardín del edén algún paraje en lo que hoy es Etiopia. Y siendo
descendientes de emigrantes africanos, no deja de ser irónico nuestro repudio
actual a quienes miles de años después siguen saliendo de África.
Pero es que
a nivel individual los estudios de los marcadores genéticos también revelan el
poco “arraigo” hacia lo que cada uno considera como “su tierra”. Lo marcadores
sorprenden a la mayoría que se somete a un análisis de su ADN. Las personas
descubren lo diversa de su herencia genética. Europeos blancos descubren que en
realidad son mitad árabes. Estadounidenses descubren ascendencia asiática
mezclada con orígenes diversos, hasta latinos (que desgracia para ellos).
Incluso el alemán más consagrado, el sueco con prototipo nórdico al parecer
perfecto, o el catalán que se cree más auténtico, al someterse al análisis de
su ADN, descubre raíces diversas que incluso puede que desconociera (o quisiera
desconocer). Y esta diversidad en nuestra herencia genética se da en todos los
rincones del planeta. Hasta en Colombia, quien hoy repudia al venezolano recién
llegado, podría fácilmente descubrir en su ADN que él también tiene algo de
venezolano (vuélvete a tú país venezonalo!). Y no hablamos solo de raíces
milenarias, que afectan a poblaciones en su conjunto, sino también de herencias
recientes que definen el ADN individual. Herencias que nos hacen ser de todos
lados y de ninguno a la vez. Y es que ni nadie es tan puro como cree, ni su
historia (pasada y reciente) está ligada a un solo territorio. Y eso es, al
contrario de lo que muchos piensan erradamente, algo maravilloso. Como bien ha
sido comprobado una y otra vez, nuestra cultura, nuestras múltiples lenguas,
bailes y tradiciones, nuestras ciudades, nuestra riqueza material e inmaterial,
nuestro conocimiento y tecnología, todo es fruto de las migraciones.
En la
actualidad es normal que nos definamos por el lugar de dónde venimos. Siempre
me ha parecido curioso que cuando viajas y conoces gente nueva, normalmente
tras preguntarte por tu nombre, la segunda pregunta que suele venir es de donde
eres. Más importante que al que te dedicas, como piensas, que te gusta o que
quieres ser en la vida, es de donde provienes. ¿Colombiano? Entonces te
responden con que si te gusta Narcos. ¿Español? Debes comer paella todos los
días. Ya da igual lo que digas que tu interlocutor ya te ha catalogado en sus
estereotipos nacionales, que así entender a la gente es más fácil. Además, al
fin y al cabo, la mayoría de nosotros siente un apego casi enfermizo por su
país, región o ciudad. Es el lado oscuro de la fuerza que tiene la capacidad de
nuestra especie de crear e identificarse con entidades imaginarias colectivas
¡Que orgullo ser colombiano! Colombia es lo mejor! Igual que afirma el español,
el italiano o cualquier otro sobre su país. Me parece curioso, cómo si alguno
de nosotros hubiera conscientemente elegido donde nacer ¡”America First”! ¿Acaso no somos conscientes de que, para cada uno
de nosotros, como individuos, el lugar de nacimiento es completamente
aleatorio? Nadie elige donde nacer. Pero ¡ay pobre de quien se atreva de
renegar o hablar mal de su patria o nación! Hoy en día eso no está permitido.
La patria, “la tierrita”, “nuestro pueblo”, es lo más importante. Vivimos en
una época de renacidos nacionalismos, como si se nos hubiera olvidado tan
pronto el gran dolor y muerte que generaron esos mismos nacionalismos a lo
largo de la historia, y recientemente de forma catastrófica en la primera mitad
del siglo XX.
La verdad
es que, para nuestra especie, nuestro apego a un territorio no es natural.
Somos migrantes por naturaleza. Desde hace alrededor de 200 mil años no hemos hecho
otra cosa que migrar. Si no fuéramos tan obtusos, y fuéramos capaces de
reconocer la esencia de nuestra historia como especie y como sociedad, veríamos
con mejores ojos a quienes vienen de fuera, que de una forma u otra somos
todos.
Más en “¿Qué Planeta Heredarán Nuestros Nietos?” Editorial Intermedio.
En venta en Colombia y en España
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