Incentivos económicos inapropiados.
La crisis económica y el hecho de que en España sus efectos sean más severos y prolongados que en la mayoría de los países nos muestra como, durante las últimas décadas, hemos cometido los mismos errores que cometimos hace más de 500 años. Nuestra falta de memoria histórica nos ha hecho volver a caer en un modelo económico inapropiado que, desde la abundancia, nos llevó al estancamiento.
Hace más de 500 años, en la época en que Colón llegó a América, España era una potencia industrial europea. El sector manufacturero de España era diverso y competitivo y España exportaba gran variedad de productos elaborados a toda Europa. La colonización y las riquezas del Nuevo Mundo lo cambiaron todo. El oro, la plata y gran variedad de productos primarios empezaron a fluir hacia España. La gran riqueza repentina cambio la estructura de incentivos económicos en España. La industria dejo de ser relevante frente a la abundancia de metales preciosos y productos agrícolas provenientes del otro lado del Atlántico. Así, empezó a ser más fácil e interesante dedicarse a vender estos productos agrícolas al exterior y usar la abundancia de oro y plata para comprar de otros países productos más intensivos en mano de obra e ingenio y por ende más elaborados. El resultado fue una paulatina desindustrialización española, el fin del gran poder del Reino de España, el asenso de otras potencias europeas y un largo periodo en el que nuestro país pasó a un segundo plano en el desarrollo económico y social en Europa. La riqueza que llegaba a España acabó en Holanda e Inglaterra, verdaderos beneficiarios de las conquistas españolas en tierras americanas, mientras España misma terminó sin oro y sin industria.
La historia económica de España en esta época ha sido bastante estudiada entre los economistas como una experiencia nefasta que ejemplifica políticas económicas y modelos económicos equivocados, frente a la historia económica mucho más exitosa de Inglaterra y Holanda durante la misma época. En estos países, sin el acceso tan abundante a oro y plata y materias primas, los incentivos económicos, y las políticas que se siguieron, potenciaron la importación de esas materias primas escasas y la exportación de productos elaborados, desarrollando así un fuerte sector industrial que fue la base de su desarrollo económico. También fue la base de un desarrollo social pues la industrialización permitió generar empleo de forma masiva, integrar la sociedad y establecer bases sólidas para el triunfo de la democracia.
Afortunadamente, y puesto que ningún mal es eterno, España consiguió enmendar poco a poco sus errores, restablecer un sistema correcto de incentivos económicos y volver a desarrollar una industria competitiva y conseguir un desarrollo económico y social que volvió al país a estar con las potencias europeas hacia finales del siglo XX.
Desafortunadamente, cuando la lección de siglos atrás parecía estar bien aprendida, hemos vuelto a caer en nuestros errores. Esta vez no han sido las minas de plata y oro en Potosí y Jalisco, las que nos han llevado a un sistema de incentivos económicos equivocados que destruyan nuestra industria y nuestro empleo. Esta vez han sido las “minas” de playa y sol del Mediterráneo. Durante años nos hemos dedicado a construir en nuestro litoral, con la consecuente degradación medioambiental, y a enriquecernos con la valorización constante del sector inmobiliario y el crecimiento del turismo. ¿Para qué ser más productivos y competentes en industrias punteras si podemos simplemente construir y disfrutar de las ganancias de un mercado permanentemente en expansión? Hemos pensado. Así, hemos vuelto a descuidar nuestra industria, nuestra productividad y nuestros deseos por ser cada vez mejores en lo que hacemos. Frente al puje de otros países, hemos vuelto a tomar la vía “fácil” para enriquecernos sin pensar en las pobres consecuencias a largo plazo.
Ahora que el enriquecimiento fácil se ha acabado, que nos hemos dado de bruces contra la realidad y vemos como nuestro modelo económico de turismo y construcción se viene abajo, volvemos a sufrir de la falta de alternativas y vemos como el desempleo vuelve a niveles preocupantemente altos mientras, nuevamente países como Holanda, a pesar de las dificultades globales, goza de tasas de desempleo equivalentes a una cuarta parta de las nuestras, gracias a sus políticas económicas acertadas, una industria diversificada y competitiva y una fuerte capacidad de adaptación y desarrollo tecnológico.
Deberíamos volver a darnos cuenta de que la verdadera riqueza no está en esas “minas” que explotamos hasta el agotamiento mientras descuidamos el resto de nuestra economía. Deberíamos darnos cuenta de que la verdadera riqueza, como los buenos economistas han sabido desde siglos, está en incentivos económicos adecuados que desarrollen un tejido económico variado, productivo y competitivo, fuerte, que genere empleo masivo y seguro. Tiene que volver a ser más interesante para el capital privado, y prioridad de la política económica pública, la inversión en industrias punteras, con fuertes componentes tecnológicos pero intensivas en mano de obra (para devolver el paro a tasas razonables), que tengan un progreso futuro garantizado y sean capaces de competir a nivel mundial. Más aún, nuestros recursos deben ser aprovechados de forma productiva y variada y no concentrados solamente en la inversión inmobiliaria como en las últimas décadas.
Ojala no volvamos a tardar siglos en remediar nuestros errores en materia económica y en recuperar una industria y una economía que permitan de nuevo un mayor desarrollo social sostenible, y nadie tenga que volver a escribir, 500 siglos después, como España vuelve a ser un ejemplo de un modelo económico equivocado a largo plazo.
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Muchas gracias por su artículo!
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