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domingo, 30 de septiembre de 2012

¿Independencia en tiempos de crisis? Cataluña, España y la fuerza de la definición positiva


Este es un artículo difícil de escribir, sobretodo si uno no quiere herir susceptibilidades (lo cual no es mi intención) y tomar partido de forma puramente ideológica y no reflexionada, como parece ser regla en los medios de comunicación estos últimos días. Un tema como la independencia es obviamente sensible y en el que todos tendemos a opinar con el corazón y el estomago, de forma impulsiva e ideológica. Pero pocos se paran a analizar de forma fría, detenida y neutral los por menores, detalles y complejidades del tema. Los cómo, los procesos, los resultados factibles. Y eso es precisamente por lo que abogo en estas líneas.

Las personas y los pueblos podemos definirnos de forma negativa o positiva. Cuando nos definimos de forma negativa alegamos a lo que no somos. Cuando nos definimos de forma positiva alegamos a lo que compartimos, entre nosotros y con otros. Como individuos la definición negativa nos lleva a decepciones y fracasos,  como naciones nos ha llevado a guerras y destrucción a gran escala. La definición positiva nos permite enriquecernos como personas y crecer, ha permitido que pueblos, a lo largo de la historia, reconozcan todas sus riquezas y las exploten para desarrollarse.

No quiero tomar partido por unos u otros. Como muchos, me siento y me defino como Catalán, pero también Español y Europeo (y como Colombiano y Latinoamericano en mi caso). Entiendo completamente la posición de unos y otros. Catalunya es una nación en si misma, con su historia, su luenga, su cultura, etc. Pero Cataluña también es España y Europa, donde viven y trabajan personas de todo origen y cultura, donde conviven ideas de todo tipo, donde se comparten y se mezclan grandes patrimonios.

La definición de Cataluña, como la de cualquier sociedad y su cultura es algo dinámico, que evoluciona y se enriquece con el tiempo, con las gentes que la componen y los intercambios que realiza con el resto del mundo. La fuerza de Catalunya, como la de cualquier otra nación, radica en el poder de las ideas y el trabajo de su gente, quienes aportan lo mejor de si, da igual su procedencia.

No vivamos en el pasado. Hoy por hoy lo que cuenta es Europa unida. Compartimos un mercado común, un moneda única y gran variedad de políticas coordinadas. Cuando esa coordinación ha fallado es precisamente cuando nos hemos metido en problemas como la actual crisis. Para que Europa salga adelante necesitamos una mayor unidad, no solo económica, también política. Estamos en el siglo 21 ¡seamos prácticos! En nuestros tiempos, la identidad nacional, como la individual, no tiene que estar definida por lo que no somos y por unas fronteras, irrelevantes en Europa. La identidad y el reconocimiento que buscamos debería venir por nuestro saber hacer, nuestro éxito como sociedad, nuestro ejemplo a los demás; en un marco moderno, de unidad y responsabilidad, en un contexto global inevitable. Cataluña y España tienen que apostar, junto con el resto de Europa, por salir de la crisis de forma conjunta, igualitaria y sostenible.

La apuesta más razonable, desde mi punto de vista, es una España federal (modelo de varios países prósperos del mundo), dentro de una Europa unida y plural a la vez, donde tanto sus estados, como regiones y ciudadanos, gocen de las mayores oportunidades para aprovechar al máximo sus capacidades. Todo lo demás son distracciones de lo realmente apremiante a día de hoy.

No seamos irresponsables, despertemos y no sigamos cayendo en el engaño de una clase política incompetente y sin escrúpulos. Apelar al sueño de la independencia en estos momentos es algo muy bajo, incluso los más catalanistas deberían sentirse insultados por sus lideres, quienes no buscan más que pretender minimizar una situación de crisis. La idea independentista está siendo utilizada como cortina de humo para desviar la atención  de una situación más relevante para la mayoría, en especial, para más de un 25% de la población que quiere trabajar y no lo consigue. Mientras hablamos de independencia sufrimos un acelerado desmantelamiento de los servicios sociales y del estado del bienestar,  vemos como se redistribuye la riqueza a favor de la elite, todo a través de la aplicación de políticas económicas fuertemente regresivas.

Basta de que nos metan los dedos en la boca, de que nos manipulen de esta forma tan absurda. No pensemos de forma equivocada que este es el momento de la independencia, que ésta va a solucionar los problemas de Cataluña, que así vamos a salir de la crisis, decidir nuestras políticas y como arte de magia ser un pueblo ideal, con políticos, banqueros y empresarios responsables. Ellos no van a cambiar de la noche a la mañana, son los mismos que nos llevaron a esta situación y que, independientes o no, van a seguir pensando solo en sus intereses. Los mismos que hace solo días todos criticábamos y frente a quienes nos indignábamos. ¿Qué pasa, que ahora el president Mas (que, como Rajoy, se ha dedicado a aplicar políticas precisamente opuestas a las que prometió) ha pasado de bandido a héroe solo por defender a Cataluña en Madrid (mientras sigue permitiendo el despilfarro de los recursos de los que Cataluña cuenta a su vez que aprieta a sus ciudadanos más desfavorecidos)? ¿Acaso Caixa Catalunya en una nación independiente va a solucionar los problemas en los que metió, con sus prácticas financieras irresponsables, a tantas personas? ¿O va a devolver La Caixa el dinero de tantos pensionistas a los que engañó? ¿Y los empresarios catalanes? Los mismos que desmontaron el tejido industrial catalán por apostar al dinero fácil pero irresponsable del ladrillo y del turismo barato, ¿van de repente a pensar en el futuro de su país?

Pensemos primero en el tipo de sociedad que queremos, en las políticas económicas que vale la pena defender y en como vamos a hacer para volver a generar esas oportunidades y no permitir que nuestra sociedad se siga fracturando como lo esta haciendo, primero debido a esta crisis y ahora en base a luchas identitarias complejas.

Cataluña podrá volver a prosperar, como pieza clave dentro de España y Europa, si cambiamos nuestros incentivos (seamos una nación independiente o no), si nuestra clase dirigente se compromete con el bienestar de su pueblo (independiente o no), si aplicamos las políticas económicas apropiadas, si apostamos por las industrias en las que tenemos potencial sostenible, sin invertimos y trabajamos por nuestro futuro; no aislándonos e intentando hacernos los ciegos ante los problemas y deficiencias serias que enfrentamos. 

lunes, 24 de septiembre de 2012

The New York Times: In Spain, Austerity and Hunger

This week, rather than writing a new article, I have decided just to share a link for a photo report from The New York Times which has been discussed in our newspapers these last days and has even deserved a reply from the king. The photos well describe some of the realities of how our government is dealing with the crisis. These photos are a good external view on the severities of our wrong policies that I have tried to argue in previous articles.

The New York Times: In Spain, Austerity and Hunger

domingo, 2 de septiembre de 2012

¡Arrepentiros y pagad por vuestras culpas! Economía: ¿religión o ciencia?*


En el antiguo Israel se pagaban diezmos y primicias de la producción agrícola y ganadera y una suma de dinero fija por cada ciudadano para el mantenimiento del Templo y de los sacerdotes. En las sociedades cristianas que sucedieron a la caída del Imperio romano se mantuvo la costumbre, hasta nuestros días, de sufragar, mediante distintos tipos de aportes, los gastos de la Iglesia y del culto. De esta manera, todos los ciudadanos, incluidos los más pobres, financian el buen vivir de unos pocos, que a pesar de sus riquezas pregonan una vida de sacrificio, entrega, y austeridad. A los fieles se les conmina a arrepentirse por una vida de pecado; el pago de diezmos se convierte en un instrumento para poder alcanzar el anhelado perdón divino.

Hoy en España, pero también en Grecia y Portugal, nos hemos bajado el sueldo un 5, 10 o más por ciento y vemos como nuestros derechos desaparecen día a día a discreción de nuestros líderes. Cuestionados, los argumentos que ellos nos dan (esta vez respaldados desde Alemania y el Banco Central Europeo) son los mismos: ¡hemos pecado, y por tanto debemos arrepentirnos, pagar por nuestras culpas! El diezmo es ahora para honrar a nuestros nuevos profetas, los bancos, y entre todos y solo con nuestro sacrificio, entrega y austeridad podremos recibir el perdón divino de los sagrados “mercados”.

Hemos convertido, o mejor dicho han convertido algunos (desafortunadamente los que tienen el poder), la economía en una religión. El sentido común, la evidencia, el razonamiento económico detenido de la realidad y las lecciones de la historia valen ya para nada. La política económica en España y Europa hoy en día es una cuestión de fundamentalismos.

Vienen épocas más duras, más austeridad, menor crecimiento y mayor desempleo. La consecuencia será aún mayor desigualdad, pobreza, el desmantelamiento del estado de bienestar y ruptura social. Todo se hará en nombre de Dios, perdón de los mercados (que ya no se si escribo de religión o economía), por los intereses de unos pocos, los elegidos (políticos y banqueros), sin importar las consecuencias y sin permitir que nada ni nadie desafíe los fundamentos de la fe.

Los fundamentalismos religiosos nos llevaron a cruzadas, guerras sangrientas, retroceso social y mayor pobreza en muchas ocasiones y en muchos lugares a lo largo de la historia. Y lo hacen aún hoy en día. No es diferente con la economía. La economía es una ciencia, y como tal requiere de teorías que tienen que ser constantemente reflexionadas, cuestionadas y probadas. Es además una ciencia social, y por tanto no exacta y dependiente del contexto, de una realidad cambiante permanentemente y moldeable por la política económica que se implemente. Si nos olvidamos de ello y nuestras reflexiones económicas se convierten en actos de fe, si convertimos la economía en religión, corremos el riesgo de hacer el mismo o mayor daño con nuestros fundamentalismos económicos que con los religiosos. Imponer sufrimiento y privación a la ciudadanía es algo que no podemos aceptar, se justifique por razones religiosas o por pretendidas razones económicas.

No ignoramos que existen razones para esta crisis y la necesidad de tomar medidas. Sin embargo, no es ético que se reduzcan los ingresos y beneficios sociales de todos para superar una crisis gestada por el exceso de ambición de un puñado de banqueros, políticos y empresarios cómplices de una trama de corrupción y excesos de remuneración, de la cual sólo ellos se han beneficiado. Los profetas del antiguo Israel clamaban que los hijos no deben pagar por los pecados de los padres, cada cual debe pagar por sus propios pecados. De la misma forma debemos exigir que quienes han generado y se han beneficiado de esta crisis sean quienes paguen por ella. La violencia social que se avecina como un tsunami se presenta como respuesta peligrosa a las medidas con las que se pretende financiar los nuevos sueldos de directivos de Bancos en quiebra, “ajustados” a sólo unos cientos de miles de euros al año, y toda una serie de prebendas que debieran sonrojar a los funcionarios y magistrados que disfrutan de ellas en medio de compatriotas que asaltan supermercados para comer o celebran con júbilo la obtención de un trabajo de dos semanas. Como dice el viejo refrán, sembrad tormentas y recogeréis tempestades!

*Escrito en colaboración con Juan Manuel Castells