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domingo, 30 de junio de 2019

Migrantes por naturaleza

Hoy os regalo un pequeño fragmento de mi último libro que considero mu a la orden de la coyuntura política internacional:

En la actualidad, con el resurgimiento de los nacionalismos más radicales, los inmigrantes son mal vistos en casi toda sociedad. Latinos en Estados Unidos, africanos en Europa, venezolanos en Colombia, todos son vistos como si vinieran a “aprovecharse de nosotros”, “a robarnos nuestro trabajo”, a “beneficiarse de nuestro esfuerzo”. Una aversión que he vivido en carnes propias y que no deja de incomodarme y hasta sorprenderme.
La hostilidad por los que viene de fuera, hoy tristemente acrecentada y hasta ensalzada, no deja de ser una contradicción dada nuestra naturaleza nómada y nuestra historia, como humanidad y como especie. Los estudios de los marcadores en el ADN de las poblaciones humanas modernas confirman el largo y constante viaje de nuestra especie. Para empezar, todos los seres humanos modernos descendemos de un pequeño grupo de homo sapiens que hace aproximadamente 50 mil años emigró de África. Como descendientes de este grupo, los seres humanos no hemos parado de movernos. Y ese largo e incesante viaje alrededor del planeta lo podemos conocer bien a través de marcadores en el ADN que aparecen a lo largo de los años, y que se transmiten de padres a hijos. El estudio de esos marcadores nos permite conocer de forma mucho más detallada nuestra historia, no solo como especie sino también como individuos. Así, los estudios indican que todos los humanos modernos deber descender de una única mujer africana. Si hemos de creer la Biblia de forma literal (gran error que cometemos), Eva debió ser por tanto africana, y el jardín del edén algún paraje en lo que hoy es Etiopia. Y siendo descendientes de emigrantes africanos, no deja de ser irónico nuestro repudio actual a quienes miles de años después siguen saliendo de África.
Pero es que a nivel individual los estudios de los marcadores genéticos también revelan el poco “arraigo” hacia lo que cada uno considera como “su tierra”. Lo marcadores sorprenden a la mayoría que se somete a un análisis de su ADN. Las personas descubren lo diversa de su herencia genética. Europeos blancos descubren que en realidad son mitad árabes. Estadounidenses descubren ascendencia asiática mezclada con orígenes diversos, hasta latinos (que desgracia para ellos). Incluso el alemán más consagrado, el sueco con prototipo nórdico al parecer perfecto, o el catalán que se cree más auténtico, al someterse al análisis de su ADN, descubre raíces diversas que incluso puede que desconociera (o quisiera desconocer). Y esta diversidad en nuestra herencia genética se da en todos los rincones del planeta. Hasta en Colombia, quien hoy repudia al venezolano recién llegado, podría fácilmente descubrir en su ADN que él también tiene algo de venezolano (vuélvete a tú país venezonalo!). Y no hablamos solo de raíces milenarias, que afectan a poblaciones en su conjunto, sino también de herencias recientes que definen el ADN individual. Herencias que nos hacen ser de todos lados y de ninguno a la vez. Y es que ni nadie es tan puro como cree, ni su historia (pasada y reciente) está ligada a un solo territorio. Y eso es, al contrario de lo que muchos piensan erradamente, algo maravilloso. Como bien ha sido comprobado una y otra vez, nuestra cultura, nuestras múltiples lenguas, bailes y tradiciones, nuestras ciudades, nuestra riqueza material e inmaterial, nuestro conocimiento y tecnología, todo es fruto de las migraciones. 
En la actualidad es normal que nos definamos por el lugar de dónde venimos. Siempre me ha parecido curioso que cuando viajas y conoces gente nueva, normalmente tras preguntarte por tu nombre, la segunda pregunta que suele venir es de donde eres. Más importante que al que te dedicas, como piensas, que te gusta o que quieres ser en la vida, es de donde provienes. ¿Colombiano? Entonces te responden con que si te gusta Narcos. ¿Español? Debes comer paella todos los días. Ya da igual lo que digas que tu interlocutor ya te ha catalogado en sus estereotipos nacionales, que así entender a la gente es más fácil. Además, al fin y al cabo, la mayoría de nosotros siente un apego casi enfermizo por su país, región o ciudad. Es el lado oscuro de la fuerza que tiene la capacidad de nuestra especie de crear e identificarse con entidades imaginarias colectivas ¡Que orgullo ser colombiano! Colombia es lo mejor! Igual que afirma el español, el italiano o cualquier otro sobre su país. Me parece curioso, cómo si alguno de nosotros hubiera conscientemente elegido donde nacer ¡”America First”! ¿Acaso no somos conscientes de que, para cada uno de nosotros, como individuos, el lugar de nacimiento es completamente aleatorio? Nadie elige donde nacer. Pero ¡ay pobre de quien se atreva de renegar o hablar mal de su patria o nación! Hoy en día eso no está permitido. La patria, “la tierrita”, “nuestro pueblo”, es lo más importante. Vivimos en una época de renacidos nacionalismos, como si se nos hubiera olvidado tan pronto el gran dolor y muerte que generaron esos mismos nacionalismos a lo largo de la historia, y recientemente de forma catastrófica en la primera mitad del siglo XX.
La verdad es que, para nuestra especie, nuestro apego a un territorio no es natural. Somos migrantes por naturaleza. Desde hace alrededor de 200 mil años no hemos hecho otra cosa que migrar. Si no fuéramos tan obtusos, y fuéramos capaces de reconocer la esencia de nuestra historia como especie y como sociedad, veríamos con mejores ojos a quienes vienen de fuera, que de una forma u otra somos todos.

Más en “¿Qué Planeta Heredarán Nuestros Nietos? Editorial Intermedio.
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