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sábado, 9 de octubre de 2021

Nuestra Esquiva Búsqueda de la Prosperidad

    

 Todos queremos tener una vida próspera; queremos ser felices. De hecho, la búsqueda de la prosperidad ha sido una larga aventura para los seres humanos. Pero, ¿qué significa ser próspero? ¿Tener pertenencias materiales como ropa, muebles y electrodomésticos? ¿Joyas, coches e inmuebles? Queremos una gran variedad de cosas. También anhelamos nuevas experiencias, desde hacer deporte hasta ir al cine o viajar a un lugar nuevo. Además, normalmente lo queremos todo; y cuanto más, mejor. Y a menudo, no todo es suficiente.
    
    Desafortunadamente, no podemos tener todo lo que queremos. Nuestros recursos son limitados y, por lo tanto, vivimos en un esfuerzo constante por encontrar mejores formas de usarlos para satisfacer nuestros deseos. Esta esquiva búsqueda de la prosperidad ha moldeado constantemente nuestro mundo; desde cómo pasamos nuestro tiempo y nuestro estilo de vida hasta la forma en que nos relacionamos, organizamos nuestras sociedades e interactuamos con el entorno natural que nos rodea. Tanto de manera colectiva como individual, buscamos constantemente mejores formas de utilizar los escasos recursos a nuestra disposición para satisfacer nuestras crecientes y aparentemente infinitas necesidades y deseos.
    
    En esta búsqueda, recorrimos la sabana, recolectamos comida y cazamos, comerciamos con otras tribus, domesticamos plantas y animales, creamos ciudades e imperios, luchamos entre nosotros y conquistamos territorios. Rezamos a los dioses y depositamos nuestra confianza en emperadores y reyes. Desarrollamos dinero y mercados, leyes y códigos de conducta. Modificamos el entorno natural que nos rodea y alteramos ecosistemas alrededor del mundo. Además, a medida que nuestras sociedades han evolucionado, hemos llegado a dominar diferentes fuentes de energía, a inventar nuevas herramientas y a desarrollar formas más eficientes de producir lo que queremos. Y a medida que nuestro mundo y nuestra vida han cambiado, también ha cambiado nuestra interpretación del valor, la riqueza y la prosperidad. Así, nuestro progreso ha modificado nuestra idea de prosperidad, solo para que esa idea, a su vez, modifique nuestro mundo.
    
    Pero, ¿cómo ha sucedido todo esto exactamente? ¿Cómo ha cambiado nuestra comprensión del valor, la riqueza y la prosperidad? ¿Y cómo ha moldeado esto nuestras sociedades y nuestro estilo de vida? Y, sobre todo, ¿cómo puede esta comprensión ayudarnos a explicar la forma en que nuestras sociedades complejas funcionan hoy, el cómo saber qué producir, de qué manera y para quién?
    
    En La Esquiva Búsqueda de la Prosperidad los invito a reflexionar sobre estas y otras cuestiones. Todo, recuperando siglos de pensamiento económico, las ideas más importantes de la economía, y el contexto sociopolítico en que estas ideas se desarrollaron. Así, viajaremos a diferentes lugares y períodos para encontrarnos con las mentes más destacadas de la historia del pensamiento económico y las ideas que nos dejaron. Desde las ideas de imperios y civilizaciones pasadas, el pensamiento económico de la época medieval, las lecciones de los economistas clásicos, el marxismo, la economía neoclásica y el keynesianismo, hasta la revolución neoliberal y las aportaciones más importantes de la época moderna.     
    
    Espero que a quien se anime a leer el libro este le permita comprender mejor el significado de la verdadera riqueza, la forma en que trabajamos colectivamente para conseguirla, y los desafíos a los que nos enfrentamos en nuestra esquiva búsqueda de la prosperidad compartida y el bienestar individual.

    Feliz lectura!






domingo, 7 de febrero de 2021

Explorando sin viajar


A casi todos nos gusta viajar. Conocer lugares distintos, explorar, descubrir. Sentir la sensación de estar por primera vez donde no habías estado nunca. Caminar con los sentidos despiertos intentando captar imágenes, sonidos, olores que, aunque tal vez reconocibles, se reorganizan de forma diferente al visitar un lugar nuevo. Ver cosas distintas, grabar nuevos recuerdos.

Pero entre más lugares nuevos descubrimos también más añoramos nuestro hogar; otra cosa más que nos aporta el viajar. Incluso nos hace reflexionar sobre cuál es precisamente nuestro hogar. Muchos hemos emigrado a lo largo de nuestra vida, dejando familia y amigos atrás. Viajar también representa para nosotros visitar a la gente que queremos; visitar familiares y viejos amigos. Recordar buenos momentos y crear de nuevos. Volver a casa. 

Desde que la pandemia del coronavirus nos ha invadido, la mayoría de nosotros ha dejado de viajar. Y cuando hablo con la gente veo que, como yo, de lo que más extrañan es el poder viajar. Alrededor del mundo el turismo ha colapsado. Los viajes por trabajo y negocios también. La situación nos ha obligado asimismo a no poder visitar a nuestra familia y esos viejos amigos. El maldito virus nos impide visitarlos. Nos aferramos a recuerdos, llamadas, mensajes, esperando el día de poder volver a viajar. 

¿Cómo aguantar la espera? ¿Qué hacer mientras no podemos ni volver a casa ni descubrir lugares desconocidos? Tal vez haya una forma de combinar ambas en la situación forzada en que vivimos: estar en casa y, a la vez, descubrir lugares nuevos.  

¿Conocemos bien el lugar donde vivimos? ¿Hemos recorrido sus calles? ¿Hablado con su gente? ¿Paseado por los parques de nuestro alrededor? ¿Tomado el sol en la plaza del barrio? … Hace dos años me mude a L’Hospitalet, justo al sur de Barcelona. Hospitalet no es un destino turístico, ni mucho menos. La gente de Barcelona escasamente la conoce, si no es por obligación. ¡Pero es que muchos de los habitantes de Hospitalet tampoco! No conocen sus plazas, sus parques, sus calles, su historia. Y no es solo una realidad de Hospitalet; en todas las ciudades muchos de sus residentes viven sin realmente conocer bien donde viven. 

La imposibilidad de viajar lejos, derivada de la pandemia, me ha permitido estos meses “explorar” nuestra ciudad. Hospitalet no me ha defraudado; cada día he descubierto algo nuevo. Calles centenarias, plazas multiculturales llenas de vida, parques históricos, y multitud de rincones magníficos llenos de color e historia. Salir a comprar el pan o tomar un café se ha vuelto un “viaje” en sí mismo, una posibilidad de conocer algo nuevo. Así, he “viajado” a la vez que he hecho de nuestra ciudad cada vez más mi casa.

Y sé que no soy el único. La situación nos ha forzado a casi todos a caminar más, dar paseos por el barrio, compartir más momentos con el vecino, sentarnos a ver lo que sucede en nuestro entorno más cercano. Relajarnos y tomar las cosas con más calma. Tal vez sin saberlo al principio, es un ejercicio que necesitábamos, y que no debemos dejar de hacer. Cuando el marketing basura del mundo moderno nos incita a la búsqueda constante de experiencias aceleradas y excitantes, que nos generan ansiedad, tener momentos de calma donde el tiempo pasa despacio, donde lo interesante está en los detalles de lo cotidiano, puede ser un experiencia sanadora y reconfortante para nuestra mente y espíritu. Cuando la tecnología nos absorbe en un mundo virtual, pasando horas viendo videos estúpidos en Tiktok, o escuchando a youtubers vacíos de cualquier contenido, experimentar con atención relajada nuestro entorno real nos puede reconectar con nuestra verdadera naturaleza.

Dejemos el móvil, salgamos a pasear, abramos de verdad los ojos, con mente despierta y curiosa, y disfrutamos de un entorno cercano que seguro tiene mucho que ofrecer. 

domingo, 10 de enero de 2021

Malthus, Gaia y el Coronavirus

(English below)

En el siglo XVIII, en los albores de la Revolución Industrial, Inglaterra se enfrentaba a los desafíos de una población en continuo crecimiento. ¿Podría Inglaterra alimentar a un número creciente de bocas? ¿Podría la producción mantener el ritmo del crecimiento demográfico? O, por el contrario, ¿sucumbiría Inglaterra al colapso, como otras sociedades del pasado ya lo habían hecho? En 1798, Thomas Robert Malthus, uno de los padres de la ciencia económica moderna, intentó responder a estas cuestiones.

Malthus comprendió que la tendencia exponencial del crecimiento poblacional hará que éste tienda a superar al crecimiento de la producción de alimentos, de naturaleza aritmética. Pero dada la necesidad de alimentos para la sobrevivencia, el crecimiento demográfico se ve por tanto siempre limitado al crecimiento de la producción de alimentos. De esta forma, en situaciones de crecimiento demográfico acelerado, tarde o temprano se han de activar frenos a ese crecimiento. Malthus entendió así que el hambre y las guerras por los recursos escasos eran dos de los principales “controles positivos” al crecimiento demográfico. Para el reverendo economista, un tercer control positivo natural eran también las enfermedades y epidemias, tan presentes y devastadoras a lo largo de la historia de la humanidad (y que tontamente en la actualidad creíamos superadas).

Pero el ser humano no necesita solo de alimentos para sobrevivir. Consumimos insaciablemente recursos naturales de todo tipo. Más aún, necesitamos de un ecosistema favorable, con su intrincada red de servicios naturales, desde el agua que bebemos y el balance atmosférico del que depende nuestra propia sobrevivencia, hasta el equilibrio biológico que permite nuestra propia vida. En un planeta finito como el nuestro, los recursos para nuestra sobrevivencia son por definición limitados, y los balances y equilibrios naturales de los que dependemos, frágiles.

En 1979, James Lovelock desarrolló la teoría Gaia; la idea de que podemos considerar a la Tierra como un organismo vivo en sí mismo. Una idea arraigada en las creencias de civilizaciones milenarias; Gaia era la diosa de la Tierra para los griegos, la Pachamama de los Incas. Una idea ahora con fundamentos científicos: la Tierra tiene un núcleo que rota a gran velocidad y que no solo mantiene geológicamente activo al planeta, sino que también le confiere su protección electromagnética necesaria para la vida. Más aún, el planeta se mantiene en “homeostasis” – la capacidad de todo ser vivo de mantener una condición estable y compensar los cambios en el entorno mediante el intercambio regulado de materia y energía con el exterior. La Tierra es por tanto un sistema único y autorregulado, formado por componentes físicos, químicos, biológicos y humanos, y con la capacidad de adaptarse y sobrevivir. Un sistema en el que un desequilibrio, como el crecimiento descontrolado y amenazante de alguna especie, se ve respondido por fuerzas balanceadoras.

La población mundial se aproxima rápidamente a los 8 mil millones de habitantes. La velocidad de nuestro crecimiento poblacional es tal que la sola “inercia demográfica” nos puede llevar a ser más de 9 mil millones a mitad de siglo, y más de 11 mil millones antes del año 2100. A su vez, nuestro impacto ecológico alcanza hoy una escala global, con efectos ya irremediables, y con un potencial devastador para la vida misma en el planeta.

En la naturaleza, cuando una especie se multiplica, también lo hace su depredador. Y así, los ecosistemas, de forma maravillosa, mantienen su equilibrio y diversidad. Unos equilibrios y diversidad que nuestra multiplicación amenaza seriamente. Pero, ¿quién controla nuestra expansión? ¿Y si lo que vivimos hoy en día es solo una respuesta natural de un planeta que intenta autorregular sus ciclos biológicos? Los virus no viajan solo, como sabemos; se expanden de forma global y acelerada a causa de nuestra sobrepoblación. ¿Y si el coronavirus no es más que uno de esos controles positivos, ahora a escala global, de los que Malthus tanto nos advirtió? Si Malthus nos visitará desde el más allá, seguramente nos diría: “os lo dije”! Pero también nos recordaría que hay otra opción: frente a los controles positivos del hambre, las guerras y las enfermedades, el ser humano puede implementar “controles preventivos”; está en nuestras manos controlar nuestro crecimiento y reducir el impacto ecológico tan devastador que actualmente causamos. 

La vacuna contra el coronavirus podrá ayudarnos a corto plazo, y así evitar tanto sufrimiento. Pero no nos engañemos; a largo plazo no tenemos otra opción que recobrar nuestro equilibrio con la naturaleza y el sistema vivo e integrado de la Tierra, del que somos solo una parte. Si algo deberíamos aprender de esta pandemia es el dejar de creer en un poder infinito que no tenemos. Entender la urgente necesidad de frenar nuestro crecimiento insostenible, cambiar nuestras dinámicas, respetar más la naturaleza y la vida en cualquiera de sus formas. Comprender que el destino de la Tierra y la vida es también el nuestro propio.

 
Malthus, Gaia and the Coronavirus

In the 18th century, at the dawn of the Industrial Revolution, England faced the challenges of a continuously growing population. Could England feed an increasing number of mouths? Could production keep pace with population growth? Or on the contrary, would England succumb to collapse, as other societies of the past had done? In 1798, Thomas Robert Malthus, one of the fathers of modern economics, attempted to answer these questions.

Malthus understood that the exponential trend of population growth will tend to outpace the growth in food production, arithmetic in nature. But given the need for food to survive, populations can only grow limited to the availability of food production. Thus, in situations of accelerated demographic growth, sooner or later, checks will be activated to stop population growth. As Malthus understood, hunger and wars over scarce resources were two of the main "positive checks" on population growth. For the reverend economist, a third natural positive check was disease and epidemics, so present and devastating throughout the history of mankind (and that we foolishly believed to be something of the past).

But human beings not only need food to survive; we insatiably consume natural resources of all kinds. Furthermore, we need a favourable ecosystem, with its intricate network of natural services, from the water we drink and the atmospheric balance on which our own survival depends, to the biological balance that allows us to be alive. On a finite planet like ours, the resources needed for our survival are, by definition, limited. Likewise, those natural balances that sustain our existence are extremely fragile.

In 1979, James Lovelock developed the Gaia theory; the idea that we can consider the Earth as a living organism in itself. An idea rooted in the beliefs of ancient civilizations; Gaia was the Greek for planet, the Pachamama of the Incas. An idea now rooted in scientific foundations: The Earth has a core that rotates at high speed and that not only keeps the planet geologically active, but also gives it the electromagnetic protection necessary for life. Furthermore, the planet remains in "homeostasis" - the ability of all living things to maintain a stable condition, compensating for changes in the environment through the regulated exchange of matter and energy with the outside. The Earth is therefore a unique and self-regulating system, made up of physical, chemical, biological and human components, and with the ability to adapt and survive. A system in which any imbalance, such as the uncontrolled and threatening growth of a species, is responded by counterbalancing forces.

The world's population is fast approaching 8 billion. The speed of our population growth is such that only by “demographic inertia” there will be more than 9 billions of us by mid-century, and more than 11 billion before the year 2100. In turn, our ecological impact reaches today a global scale, producing irreversible effects with the potential of devastating life itself on the planet.

In nature, when a species multiplies, so does its predator. And so, ecosystems, in a wonderful way, maintain their balance and diversity. Our multiplication is seriously threatening that balance. But, who controls our human expansion? Is the current coronavirus situation just a natural response of a planet trying to regulate its biological cycles? As we know, viruses do not travel by themselves; they expand due to our overpopulation. Could the coronavirus be just one of those positive checks, now on a global scale, of which Malthus warned us so much? If Malthus was to visit us from his grave, he would surely say: "I told you so"! But it would also remind us that there is another option: in the face of the positive checks of hunger, wars and disease, human beings can implement “preventive checks”; it is in our hands to control our population growth and reduce the devastating ecological impact that we are causing.

The vaccine to the coronavirus can help us in the short term, and avoid so much current suffering. But make no mistake; in the long term, our only option is to recover our balance with nature as part of Earth´s living and integrated system. If there is a lesson to learn from this pandemic it is the urgent need to stop believing in an infinite power that we do not have. We need to understand how essential it is to stop our unsustainable dynamics and start respecting nature and life, in any of its forms. We need to understand that the destiny of life on Earth is also our own.