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martes, 17 de marzo de 2020

De coronavirus y estar por casa

¿Aburrido en casa? ¿Desesperado? ¿Con los ojos cuadrados de mirar el facebook y el watsup?... comprensible. Y es que nos estamos dando cuenta de lo mucho que nos cuesta estar con nosotros mismos. Nos hemos acostumbrado a estar constantemente conectados, a una vida urbana acelerada, socialmente intensa, donde las actividades se solapan unas con otras en un ritmo apresurado e incesante. Acostumbrados a no tener tiempo. 

Hace rato que tenía estas reflexiones en mi cabeza, e, irónicamente, por esa prisa constante, no había terminado de escribirlas. El coronavirus, y la consecuente obligación de quedarme en casa, me ha dado la oportunidad de hacerlo.

¿Qué hacer cuando estas en casa todo el tiempo? cuando, de repente, muchas de nuestras actividades diarias se detienen, y sin previo aviso tenemos tiempo para nosotros mismos. Cuando nos vemos a obligados a estar solos.  Y es que nos hemos acostumbrado a estar buscando constantemente actividades que realizar, cosas que hacer, gente con quien hablar. Y así, nuestra vida ajetreada nos ha hecho olvidar a saber estar solos. Extrañamos el ruido y el ajetreo del mundo.

Pero, pasados unos días, y superada la ansiedad y la desesperación inicial del aislamiento, tras infinidad de videos de gatitos en internet, horas incontables de Netflix, recorrer de extremo a extremo el salón de casa, empezamos a descubrir, tal vez por momentos, la satisfacción que viene con ralentizar nuestra vida, de detenernos por un momento, sentarnos y reflexionar (ni que sea por la fuerza de la situación). Y es que al hacerlo recuperamos una parte esencial de nuestra naturaleza, a la que nuestra vida moderna ha dado la espalda. Nos relajamos y, al hacerlo, volvemos a “conectar” con nosotros mismos. De forma similar, el aislamiento nos fuerza a desapegarnos, ya no de objetos sino de actividades que ya no podemos realizar, lugares que no podemos visitar. Y el desapego, aunque pueda parecer doloroso al principio, puede ser muy liberador y devolvernos algo de nuestra necesaria paz interior. Ya nos lo enseño nuestro gran maestro JediYoda. El valor del desapego es una lección central de varias religiones milenarias como el budismo.

Que estos días nos permitan hacer el ejercicio de aprender a “bajar el ritmo”, ni que sea por momentos, de conocernos un poquito mejor, de reflexionar, de meditar. Nos hará mucho bien a todos. Y si no, al menos podrá tener al menos dos efectos externos positivos. El primero, y causa inicial del aislamiento, reducir la expansión del virus. El segundo, reducir nuestra contaminación, como ya los datos satelitales reflejan. Ya dicen por ahí que ojalá reaccionáramos así frente a la otra gran emergencia planetaria que enfrentamos, que amenaza con aniquilarnos no solo a nosotros sino también a muchas otras formas de vida en el planeta, que es el calentamiento global. Y como también dicen por ahí, al final el coronavirus ha venido de una forma u otra también a enseñarnos muchas cosas.

Y cierro, en estos momentos de desesperación hogareña, recordándoos una de las grandes fuerzas de la lectura, que nos es otra que precisamente ayudarnos en el objetivo de aprender estar con nosotros mismos. Pero si han leído hasta aquí es que no necesito que se los recuerde…. Ánimos y #QuedateEnCasa  

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